CARRETERA
NACIONAL DIRECCIÓN A SALAMANCA
Son las tres de la tarde
de un agosto cacereño
de aquellos años cincuenta
que iniciaban recorrido.
He escapado de mi casa
huyendo de la siesta
que obligan a los niños
y con el sol cargado a hombros,
el asfalto pegado en mis zapatos,
y la ilusión en el bolsillo,
he buscado libertades
que regalan los paisajes.
Carretera nacional
dirección a Salamanca.
El verde del olivo
que recuerda amaneceres
de lunas llenas lorquianas,
me acompaña en el camino.
Controlo mi armamento:
un espejo del bolso de mi madre,
un rejón y el tirachinas,
tres armas imprescindibles
para afrontar con éxito
la caza del lagarto.
El calor es tan intenso
que un perro babeante
jadea sin descanso
a la sombra de una encina.
Las tórtolas reposan en sus nidos
arrulladas por el canto
que ofrecen las chicharras.
Son años de posguerra
y el coche aún no circula
por estas carreteras,
solo alguno afortunado
que, por adepto al régimen,
disfruta de gasóleo
aun sin cartilla de racionamiento.
Eran tiempos de largas siestas
y comidas cortas.
El hambre era engañada
durmiendo en abundancia
y comiendo un puñado de bellotas,
alimento del cerdo
con el que logra
exquisitas y prietas carnes.
No he visto ni un lagarto en el camino,
no creo que me tengan tanto miedo,
seguro que se esconden entre piedras
sumidos en su letargo
a la espera de tiempos liberales.
De nuevo ya en mi casa;
tras haberme traído
el sudor y el polvo
que habita en los caminos,
me espera la justa reprimenda:
culo mirando hacia la luna,
zapatilla despiadada
y el azote que hoy sería
sancionado por los jueces.
Jamás pensé que no los mereciera,
a ellos debo disciplina
y una buena educación
para enfrentarme a la vida.
JJRME (Terly)
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