De Pedro Romero M. (Mi padre)
FELIZ SEMANA SANTA A TODOS, AMIGOS.
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Estaré nuevamente fuera de mi hogar durante todos los días de la Semana Santa y como no quiero que os olvidéis de mí, os dejo aquí colgado hasta que regrese un poema de mi padre.
Creo que es muy apropiado para estas fechas de Pascua. Se trata de una poesía a la que yo le tengo un especial cariño, espero que os guste. Un abrazo para cada uno de vosotros, queridos amigos.
EL AMADO
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En pos de su inefable señorío,
de místico embeleso prisionero,
camino por el monte y la espesura,
que nadie me dispute ser primero
en dar con su hermosura.
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Decid, dulces brisas
de flores perfumadas,
¿sentisteis del Amado
sobre la blanda yerba las pisadas?
¡Oh río deleitoso,
en mórbidos meandros ondulado
y espejo de tus márgenes floridas,
en el puro caudal resplandeciente
de tus aguas dormidas!
pues es tu andar tan corto y leve el viento
que apenas se percibe el movimiento,
su carne lacerada,
de inulta grey hollada
e imagen viva del dolor humano,
¿no intentó mitigar su fuego en vano?
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Con suavidad camina
por el templado monte y la ribera
y todo se ilumina
de su luz placentera:
su desceñida túnica de lino,
las hierbas del camino,
el virginal aljófar de los prados,
el soto, la cañada,
de mirto y de verdor engalanada.
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¡Oh cercados amenos,
risueños valles de delicias llenos!
El viento rumoroso,
del Sur hálito ardiente,
que mil olores roba al bosque umbroso,
al paso del Amado,
con impulso callado
las hojas de los árboles menea,
mientras la luz febea,
cual oro por su mano derramado
con su fulgor la viste y hermosea.
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Decidme , labrantines y pastores,
¿no visteis al Amor de los Amores?
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¿No bajó de la cumbre a la pradera
llevando tras de Sí la primavera
y prendido en la fimbria primorosa
de su túnica alada
el albo lirio y la purpúrea rosa?
¿De mortal palidez la faz cubierta
y en el rojo costado
profunda llaga de rubí encendida
como cáliz sagrado
de generosa sangre bien colmado?
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Yo le vi desclavarse del madero
que en símbolo de Fe se transfigura
sobre el rústico altar del santuario;
atravesar el pórtico severo
celando con la ropa del Calvario
la casta desnudez de su hermosura,
y al lívido claror del nuevo día,
cuando aún la noche con la luz porfía,
desaparecer del campo en la bravura.
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Decidme, ruiseñores,
¿no visteis al Amor de los Amores?
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El viento vigoroso
de trinos de las aves asordado,
se huelga cadencioso
sobre el río, en el bosque y el collado;
la linfa cristalina,
se ciñe a la colina
cual esplendente cíngulo de plata,
y en jubiloso cántico sonoro
la alondra se desata;
y halagado el sentido
de aqueste acorde canto
e innúmera belleza
que del Criador proclaman la grandeza,
huyendo van del alma los pesares,
pues no hay dolor ni llanto
que sobrevivan a tan dulce encanto.
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¡Oh valles deliciosos
de enracimados frutos olorosos
y rústicas colmenas
de miel sus celdas llenas!
¡Oh entretejida hiedra trepadora
que presta su frescor y lozanía
al viejo tronco de la selva umbría,
y no aprendida música sonora
del ave que pipía
en cuanto luce su arrebol la aurora!
¡Oh semioculto cauce! ¡Rayo ardiente:
tan solo al borde llega
y templado su ardor en la corriente
al éter torna y en su mar navega!
Si le visteis pasar a vuestro lado,
el alma atribulada,
de agudos dardos mil atravesada,
decidme presuroso por do ha ido,
que de su luz herido
y al dulce yugo atado
del célico poder de su ternura,
como buscan las aves blando nido
o la ensenada el barco en su derrota,
así mi corazón busca al Amado:
¡puerto feliz de mi barquilla rota!
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Mi padre Pedro R.M.
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