De
Pablo Romero Montesino-Espartero
(mi hermano)
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EL SELLO ALEMÁN
Soy un gran aficionado a las radios antiguas de válvulas. Las compro en Alemania. Son aparatos muy sensibles que llegan a mis manos en condiciones penosas, después de haber pasado en algún lóbrego trastero o sótano de Berlín o de Emden 40 o 50 años en el más absoluto abandono. A veces, sus válvulas ruedan por su interior cubiertas de tal cantidad de polvo y telarañas que se hace difícil imaginar qué es aquello; o encuentro dentro del receptor algún nido de pájaro o ratón, de la época de Adenauer como mínimo.
Hace unos días recibí una de ellas. Se trata de una Graetz Sinfonía, fabricada en Alemania en 1955. Su interior estaba absolutamente cubierto de una capa de polvo que hacía imposible poder distinguir sus elementos electrónicos. Sus mandos y teclas formaban casi una masa homogénea de porquería acumulada, y la caja, de magnifica madera, estaba cubierta de un manto blanco de excrementos de pájaro.
Es una radio soberbia, que en sus buenos tiempos debió de hacer que se sintiera muy orgulloso de ella su propietario, por su belleza y por el sonido que debió de salir de sus tres altavoces en su época. Mi mujer, a la que tengo aburrida con mi colección y mis trabajos para embellecer cada radio y hacer que vuelvan a la vida, al ver ésta, me dijo: «No la echas a andar ni con la ayuda de Marconi».
Como siempre que recibo una, lo primero que hago es ver si está completa, si tiene fusible y si el cable de red no tiene un corto. Acto seguido la enchufo y acciono el interruptor del encendido para ver que pasa. En esta ocasión, se encendió su magnífico dial, casi opaco por la mugre, y, después de desperezarse un rato, comenzó a recibir, con espléndido sonido, estaciones en todas sus bandas. Cuando se calentaron sus válvulas sintonicé una emisora de música clásica en FM, llamé a mi mujer y le dije: «Ahí tienes porque Alemania está donde está».
Pablo R.M-E.
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