(Mi padre)
.
.
LA GUITARRA - (Romancillo)
.
¡Cuántas veces tus notas
alegraron la casa!
¡Cualquiera te conoce
de esa pared colgada!
Un polvillo sutil
se metió en tus entrañas;
ya no cantas, labiera,
como siempre cantabas.
Tu bordón está roto
y tu prima saltada;
no te estremeces toda,
ni suspiras, ni amas
en el cálido nido
de florida ventana,
bajo el hechizo mágico
que en la noche de plata
con los luceros tejen
el jazmín y la albahaca.
Tus cintillas de seda,
de color rojo y gualda,
tremolantes de júbilo
cuando yo te pulsaba,
parecen por lo adustas
jirones de mortaja,
y en el melifluo arcano
de tu caja acordada,
tus sones armoniosos
ni por lo bajo cantan,
i Eres como el sepulcro
de mi existencia vana!
.
Entre tus cuerdas flojas
muda quedóme el alma.
Cómo viene la muerte
tan quedita. ¡Mal haya,
mal haya sea la hora
en que a mis puertas llama!
.
¡Cuántas veces tus notas
alegraron la casa!
¡Cualquiera te conoce
de esa pared colgada!
Un polvillo sutil
se metió en tus entrañas;
ya no cantas, labiera,
como siempre cantabas.
Tu bordón está roto
y tu prima saltada;
no te estremeces toda,
ni suspiras, ni amas
en el cálido nido
de florida ventana,
bajo el hechizo mágico
que en la noche de plata
con los luceros tejen
el jazmín y la albahaca.
Tus cintillas de seda,
de color rojo y gualda,
tremolantes de júbilo
cuando yo te pulsaba,
parecen por lo adustas
jirones de mortaja,
y en el melifluo arcano
de tu caja acordada,
tus sones armoniosos
ni por lo bajo cantan,
i Eres como el sepulcro
de mi existencia vana!
.
Entre tus cuerdas flojas
muda quedóme el alma.
Cómo viene la muerte
tan quedita. ¡Mal haya,
mal haya sea la hora
en que a mis puertas llama!
.
¿Te acuerdas?... Mi Andresillo,
con sus manos ingrávidas,
de tu tenso cordaje
los sones arrancaba
y al vibrar tu bordón
con grave resonancia,
inquiría, confuso,
del acorde la causa.
¡Ningún quehacer más dulce
que calmar en su marcha
a través de las cosas
del espíritu el ansia!
.
En la huesa Rosario,
mi mujer, la Galana,
como solían decirla
por lo juncal y guapa,
¡qué majeza la suya,
qué salero y qué gracia:
el talle quebradizo
de tan sutil, la cara
mezcla de rosa y nardos
y los ojos dos ascuas
a los claros luceros
por su Criador robadas!-
dos cosas en el mundo
tan solo me quedaban:
mi Andresillo, primero
y después mi guitarra.
Mi Andresillo, aire y luz,
algo así como un alma
de materia desnuda:
ardiente la mirada,
como si un fuego interno
su pecho deborara;
tan nítidos los dientes
que eran como de nácar;
menudito y cenceño,
de Rosario la labia
y un ceceo andaluz
de su lenguaje salsa.
.
Mi guitarra... ¡Oh el encanto
de las noches orgiásticas!
Con que garbo y hechizo
sus acordes sonaban
del Jerez al conjuro,
en colmados y tascas.
Estrépito de vasos,
crótalos y risadas,
unos tientos, la copla
zahareña, aguda, cáustica,
que tiembla en el misterio
de la noche estrellada;
el requebrar goloso
de una boca satánica,
rezumante de vino,
parlera, desatada;
la furtiva conquista
de dos labios que sangran
por lo encendido y rojos, l
las venas que se inflaman,
un castizo bolero,
cien oles y mil palmas,
de chatos varias rondas
y las horas que pasan
sin que el terrible hastío
sus secas fauces abra.
Y al volver de los toros
de una tarde en Chiclana,
con Lagartijo y Guerra
mano a mano en la plaza:
vino, moscas, disputas,
enjaezada jaca
pisando con donaire
la arena calcinada;
los agudos rehiletes
que en el morrillo clavan
de un tinto jarameño,
y de un fuerte sol que abrasa
y en los caireles pone
relumbres de oro y plata.
Polvoriento el camino;
la diligencia pasa;
el mayoral blasfema
al restallar la tralla,
corcovea el tordillo
que va delante, pasa
de uno en otro la bota,
y en la tarde dorada
se oye el ducel, acordado
vibrar de mi guitarra.
O en la noche lunera,
tibia, olorosa, plácida,
en típico colmado
del barrio de Triana,
con hembras de tronío
lindamente ataviadas:
mantoncillo de talle,
verde, pajizo y grana;
tumbagas de oro y cobre,
coral en la garganta,
de carey la peineta
en el negror plantada
de un pelo ensortijado,
con reflejos de alpaca;
de gayos colorines
la rumorosa falda,
que en fruncidos volantes
hasta los pies se alarga;
dos puñales por ojos
y la tez bronce y nácar.
¡Oh, consorcio divino
de la noche y el alba!
Los palillos dispuestos,
la señal solo aguardan
del tocador que afina
muy quedo la guitarra;
un fuerte carraspeo
del mocito que canta;
dicharachos y gritos
de unos en otros saltan;
en los ojos lascivia
y en los labios la guasa...
¡Cómo fluye picante
si el Jerez la acompaña!
¿Por qué viene la muerte
tan quedita? ¡Mal haya,
mal haya sea la hora
en que a mis puertas llama!
.
Un abrileño día
que olía a mejorana
con áureo sol luciendo
sus primorosas galas,
desazonado y triste
dejé a Andresillo en casa.
Salté sobre el caballo
que fuera me esperaba,
y a prisa y jaranero
me encaminé a la Grana.
¡Una tienta!... ¡Dios Santo!
como eso no hay nada.
Un añojo retinto
que arremete con rabia
al jinete, garboso
sobre una yegua baya.
¡Tolón! ¡tolón!... los mansos;
se encabritan las jacas
y hacen mil cabriolas
al pasar la vacada;
un overo relincha
y un cornicorto brama;
zahones, guayaberas,
cordobeses y fajas;
de garridas mujeres
las carretas colmadas;
claveles sobre el seno,
en los ojos dos brasas,
gritos, sustos, rechifla,
chicoleos, sal ática
de donosos decires
rejón, perfume o llama;
fulgor de amontillado,
bocadillos, dulzainas,
y cantares muy hondos
que del alma se escapan
porque el alma no supo
arrancarles las alas...
.
Tornamos al cortijo
la tienta terminada;
cuando de pronto: — ¡Curro!
—resuellan a mi espalda—
Tu Andresillo se muere!
¡Ay, qué horrible desgracia!
¡Corre, Rondeño, corre,
que la muerte no aguarda!...
Del bordón un lamento
en el aire se apaga.
Presuroso y transido
abandoné la zambra
en su hirviente apogeo
de jipíos y danzas.
.
Un temblor de epilepsia
en mi cuerpo, y un ansia
de muerte que me hinca
en el pecho su zarpa.
Monté sobre una potra
que a mi paso encontrara;
la clavé las espuelas
en el ijar con saña,
y en menos de una hora
a mi puerta llegaba:
lívido, sudoroso,
jadeante, sin habla.
(De la calle, en las losas,
la potra reventada)
Tremante de ansiedad
atravesé la estancia:
mi pobre corazón
dentro del pecho salta
como el pájaro arisco
que meten en la jaula;
el pasillo y la alcoba,
cabe el lecho la Chacha...
-¡Ay, padrecito mío,
no oiré más tu guitarra!...
Me arrodillé de súbito
y exclamé: — ¡Calla, calla,
que una angustia tremenda
mi corazón desgarra!...
Y sin saber que hacía,
con dulzura y con rabia
en monstruosa cópula
ferozmente trenzadas,
en mis manos febriles
afiancé la guitarra...
y sus cuerdas trocaron
en acordes mis lágrimas.
Un ahilado suspiro
traspuso su garganta,
como de una saetilla
el ápice cantada...
Sus ojos se cerraron,
las manecitas pálidas
abandonó en su pecho,
temblorosas y castas:
del sol un hacecillo
se desató en la cama...
¡Su mísera prisión
había roto el alma!
¡Cómo viene la muerte
tan quedita! ¡Mal haya,
mal haya sea la hora
en que a mis puertas llama!
.
¡Cuántas veces tus notas
alegraron la casa!
¡Cualquiera te conoce
de esa pared colgada!
Un polvillo sutil
se metió en tus entrañas;
ya no cantas, labiera,
como siempre cantabas.
con sus manos ingrávidas,
de tu tenso cordaje
los sones arrancaba
y al vibrar tu bordón
con grave resonancia,
inquiría, confuso,
del acorde la causa.
¡Ningún quehacer más dulce
que calmar en su marcha
a través de las cosas
del espíritu el ansia!
.
En la huesa Rosario,
mi mujer, la Galana,
como solían decirla
por lo juncal y guapa,
¡qué majeza la suya,
qué salero y qué gracia:
el talle quebradizo
de tan sutil, la cara
mezcla de rosa y nardos
y los ojos dos ascuas
a los claros luceros
por su Criador robadas!-
dos cosas en el mundo
tan solo me quedaban:
mi Andresillo, primero
y después mi guitarra.
Mi Andresillo, aire y luz,
algo así como un alma
de materia desnuda:
ardiente la mirada,
como si un fuego interno
su pecho deborara;
tan nítidos los dientes
que eran como de nácar;
menudito y cenceño,
de Rosario la labia
y un ceceo andaluz
de su lenguaje salsa.
.
Mi guitarra... ¡Oh el encanto
de las noches orgiásticas!
Con que garbo y hechizo
sus acordes sonaban
del Jerez al conjuro,
en colmados y tascas.
Estrépito de vasos,
crótalos y risadas,
unos tientos, la copla
zahareña, aguda, cáustica,
que tiembla en el misterio
de la noche estrellada;
el requebrar goloso
de una boca satánica,
rezumante de vino,
parlera, desatada;
la furtiva conquista
de dos labios que sangran
por lo encendido y rojos, l
las venas que se inflaman,
un castizo bolero,
cien oles y mil palmas,
de chatos varias rondas
y las horas que pasan
sin que el terrible hastío
sus secas fauces abra.
Y al volver de los toros
de una tarde en Chiclana,
con Lagartijo y Guerra
mano a mano en la plaza:
vino, moscas, disputas,
enjaezada jaca
pisando con donaire
la arena calcinada;
los agudos rehiletes
que en el morrillo clavan
de un tinto jarameño,
y de un fuerte sol que abrasa
y en los caireles pone
relumbres de oro y plata.
Polvoriento el camino;
la diligencia pasa;
el mayoral blasfema
al restallar la tralla,
corcovea el tordillo
que va delante, pasa
de uno en otro la bota,
y en la tarde dorada
se oye el ducel, acordado
vibrar de mi guitarra.
O en la noche lunera,
tibia, olorosa, plácida,
en típico colmado
del barrio de Triana,
con hembras de tronío
lindamente ataviadas:
mantoncillo de talle,
verde, pajizo y grana;
tumbagas de oro y cobre,
coral en la garganta,
de carey la peineta
en el negror plantada
de un pelo ensortijado,
con reflejos de alpaca;
de gayos colorines
la rumorosa falda,
que en fruncidos volantes
hasta los pies se alarga;
dos puñales por ojos
y la tez bronce y nácar.
¡Oh, consorcio divino
de la noche y el alba!
Los palillos dispuestos,
la señal solo aguardan
del tocador que afina
muy quedo la guitarra;
un fuerte carraspeo
del mocito que canta;
dicharachos y gritos
de unos en otros saltan;
en los ojos lascivia
y en los labios la guasa...
¡Cómo fluye picante
si el Jerez la acompaña!
¿Por qué viene la muerte
tan quedita? ¡Mal haya,
mal haya sea la hora
en que a mis puertas llama!
.
Un abrileño día
que olía a mejorana
con áureo sol luciendo
sus primorosas galas,
desazonado y triste
dejé a Andresillo en casa.
Salté sobre el caballo
que fuera me esperaba,
y a prisa y jaranero
me encaminé a la Grana.
¡Una tienta!... ¡Dios Santo!
como eso no hay nada.
Un añojo retinto
que arremete con rabia
al jinete, garboso
sobre una yegua baya.
¡Tolón! ¡tolón!... los mansos;
se encabritan las jacas
y hacen mil cabriolas
al pasar la vacada;
un overo relincha
y un cornicorto brama;
zahones, guayaberas,
cordobeses y fajas;
de garridas mujeres
las carretas colmadas;
claveles sobre el seno,
en los ojos dos brasas,
gritos, sustos, rechifla,
chicoleos, sal ática
de donosos decires
rejón, perfume o llama;
fulgor de amontillado,
bocadillos, dulzainas,
y cantares muy hondos
que del alma se escapan
porque el alma no supo
arrancarles las alas...
.
Tornamos al cortijo
la tienta terminada;
cuando de pronto: — ¡Curro!
—resuellan a mi espalda—
Tu Andresillo se muere!
¡Ay, qué horrible desgracia!
¡Corre, Rondeño, corre,
que la muerte no aguarda!...
Del bordón un lamento
en el aire se apaga.
Presuroso y transido
abandoné la zambra
en su hirviente apogeo
de jipíos y danzas.
.
Un temblor de epilepsia
en mi cuerpo, y un ansia
de muerte que me hinca
en el pecho su zarpa.
Monté sobre una potra
que a mi paso encontrara;
la clavé las espuelas
en el ijar con saña,
y en menos de una hora
a mi puerta llegaba:
lívido, sudoroso,
jadeante, sin habla.
(De la calle, en las losas,
la potra reventada)
Tremante de ansiedad
atravesé la estancia:
mi pobre corazón
dentro del pecho salta
como el pájaro arisco
que meten en la jaula;
el pasillo y la alcoba,
cabe el lecho la Chacha...
-¡Ay, padrecito mío,
no oiré más tu guitarra!...
Me arrodillé de súbito
y exclamé: — ¡Calla, calla,
que una angustia tremenda
mi corazón desgarra!...
Y sin saber que hacía,
con dulzura y con rabia
en monstruosa cópula
ferozmente trenzadas,
en mis manos febriles
afiancé la guitarra...
y sus cuerdas trocaron
en acordes mis lágrimas.
Un ahilado suspiro
traspuso su garganta,
como de una saetilla
el ápice cantada...
Sus ojos se cerraron,
las manecitas pálidas
abandonó en su pecho,
temblorosas y castas:
del sol un hacecillo
se desató en la cama...
¡Su mísera prisión
había roto el alma!
¡Cómo viene la muerte
tan quedita! ¡Mal haya,
mal haya sea la hora
en que a mis puertas llama!
.
¡Cuántas veces tus notas
alegraron la casa!
¡Cualquiera te conoce
de esa pared colgada!
Un polvillo sutil
se metió en tus entrañas;
ya no cantas, labiera,
como siempre cantabas.
.
(Mi padre)
.